La educación musical transforma vidas: la nueva sede en Del Valle refuerza el modelo que combina formación artística, bienestar emocional y comunidad.
Por Rodrigo Pujol Del Toro

En tiempos donde la salud emocional y la integración social de niñas, niños y adolescentes se tambalean frente a la ansiedad, la soledad digital y la falta de propósito, la música aparece como una tabla de salvación. Y no es metáfora. Numerosos estudios confirman que aprender un instrumento fortalece la memoria, la coordinación, la autoestima y —clave— disminuye el riesgo de abandono escolar. Y ahí, School of Rock ha encontrado la fórmula perfecta para que las nuevas generaciones no solo se queden en la escuela, sino que también encuentren un lugar donde ser ellas mismas.
Con más de 400 escuelas en 17 países, School of Rock no es un modelo educativo tradicional. Aquí no se trata solo de clases de canto o guitarra, sino de formar bandas desde etapas tempranas, promover presentaciones en vivo y empoderar a cada estudiante para que tome el escenario —y su vida— con confianza.
Su más reciente apertura, School of Rock Del Valle, llega a una de las colonias más emblemáticas de la Ciudad de México, y lo hace con toda la artillería musical: cinco salones de ensamble equipados con instrumentos de alta gama, nueve aulas individuales para aprender batería, bajo, teclado, guitarra y canto, y espacios diseñados para potenciar la creatividad, el trabajo en equipo y, por qué no, la diversión.
Más que música: una red de contención emocional
“México ha abrazado con entusiasmo nuestro enfoque de educación musical, basado en la práctica real, las presentaciones en vivo y la formación de bandas desde etapas tempranas. Pero más allá de enseñar música, nuestro modelo cultiva confianza, creatividad, trabajo en equipo y habilidades blandas fundamentales para la vida”, explicó Drago Eterovic, CEO de School of Rock Latinoamérica.
Durante la inauguración, la energía se desbordó con la presencia de Fermín IV, ex vocalista de Control Machete, y Abraham Isael “Fear”, guitarrista de Allison, quienes celebraron el potencial transformador de la música en las infancias y juventudes mexicanas. También participó Annat Ruíz, directora de School of Rock Del Valle, y Antonio Olivera, director musical de la sede, quienes subrayaron que el verdadero diferencial de este modelo está en su cuerpo docente: músicos profesionales con trayectoria internacional, con una vocación pedagógica que trasciende la técnica. Aquí no solo se enseña a tocar, se enseña a vivir.
Reconectar con uno mismo (y con los demás)
La educación musical según School of Rock tiene una misión clara: reconstruir el tejido social desde la creatividad, la colaboración y el sentido de pertenencia. En un país donde muchos adolescentes se enfrentan a entornos de violencia, fragmentación familiar o presión académica excesiva, tocar en una banda puede ser la diferencia entre perderse y encontrarse.
El enfoque de la escuela no es solo artístico, es también profundamente humano. Aquí los estudiantes se ven reflejados en otros, aprenden a escuchar, a improvisar, a fallar y volver a intentarlo. Y eso, aunque no venga en un pentagrama, es educación en su forma más pura.
Un fenómeno global que sigue creciendo en México
Con cinco sedes activas en el país —cuatro en CDMX (Polanco, Interlomas, Pedregal y Del Valle) y una más en San Pedro Garza García, Nuevo León—, School of Rock se consolida como la escuela de música más grande del mundo. Pero más allá de los números, su crecimiento se explica por el impacto real en las familias, las comunidades y en cada estudiante que, sin importar su edad, encuentra aquí un refugio creativo, una tribu y un escenario para brillar.
En una época donde todo parece urgencia y desconexión, la música vuelve a ser resistencia, herramienta y posibilidad. Y School of Rock está afinando perfectamente esa melodía.
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